La formación catalana cruza el ecuador de su integral de cuartetos de Shostakóvich ante un público fascinado.
Les quedan ya solo tres cuartetos más para culminar, el año próximo, una de las gestas propias de su repertorio: la integral de cuartetos de Shostakóvich. El Quartet Gerhard recalaba este jueves en el Festival de Torroella de Montgrí, y por segunda vez en esta edición, con los cuartetos núm. 10, 11 y 12 del músico ruso. Un creador que se ha revelado imprescindible para una formación en fase de madurez interpretativa.
La evolución cualitativa de su aproximación a este corpus musical, nada sencillo, de 15 cuartetos ha sido meteórica desde que el año pasado estos cuatro músicos catalanes -conocidos de la infancia y de la Esmuc- comenzaran a brindarlo con dos conciertos por año, primero en Torroella y luego en la Quincena Musical de San Sebastián, que fue el origen del encargo. Una fórmula que se repite este año, tras sus actuaciones en el festival ampurdanés del pasado 3 de agosto y de este jueves 10.
El público del Auditori Espai Ter de Torroella sintonizó de una manera muy especial con la ingravidez del cuarteto núm. 10
El público del Auditori Espai Ter de Torroella sintonizó de una manera muy especial con la ingravidez del cuarteto núm. 10, en el que la formación -que lleva el nombre de uno de los compositores catalanes más internacionales del siglo XX- parecía no responder a la firmeza de sonido con la que se suele interpretar Shostakóvich, porque precisamente es una pieza que parece ir diluyéndose.
Los Gerhard se reafirmaron en su especial sensibilidad a la hora de aproximarse al genio que sobrevivió a las presiones estéticas del estalinismo y, en el núm. 11 -el que cuenta con más movimientos, todos ellos entrelazados-, bordaron una bella transición hacia el explosivo núm. 12 que reservaban para la segunda parte.
El núm. 12 abre con una amago de dodecafonismo: Shostakóvich esquiva la censura y lo convierte en una fila de 12 tonos.
Y su número guarda relación con su estructura, pues este cuarteto escapa, como muchos de los de Shostakóvich tardío, a la estructura convencional y abre con una amago de dodecafonismo. Que dado que habría sido motivo de censura, lo convierte aquí en una fila de 12 tonos que toca el cello antes de entrar a un tema tonal. Compuesto en 1968 y dedicado -como solía hacer- a un miembro del aclamado Cuarteto Beethoven que le estrenaba sus obras, contiene al principio 34 compases del primer violín solo, que son los 34 años que pasó el violinista Dmitri Tsyganov en la formación hasta su muerte.
Esta larga pieza genera un constante in crescendo que contagió al público de Torroella, que estalló en prolongados aplausos y bravos que obligó a los miembros del Gerhard -Lluís Castán y Judit Bardolet (violines), Miquel Jordà (viola) y Jesús Miralles (cello)- a salir cuatro veces a saludar, antes de ofrecer un bis “más calmado”, como anunció Castán, con un movimiento de Arcadiana de Thomas Adès.
“Esta integral está siendo una experiencia enorme, quizás la más grande artísticamente que nunca hayamos tenido como cuarteto”, comentaba Bardolet en la intensidad del momento. Torroella es al fin y al cabo la plaza en la que debutan ese ingente trabajo que supone una inmersión total en el lenguaje de Shostakóvich. “Queremos salir preparados, como si la llevásemos tocando doscientas veces”. De ahí que cada año se sumerjan justo después de la semana santa en este proyecto.
De los 15 llevan ya interpretados 13, si bien no los han desgranado por orden. “Es una rareza que del 10 al 12 hayan ido seguidos. En general hemos buscado contrastes emocionales, de tempos y de duración. Porque cada uno es único, una obra de arte, con una estructura y una forma muy pensadas. Hemos descubierto mucho de Shostakóvich a través de su música, alguien introvertido, sensible, extremadamente inteligente”, prosigue Bardolet.
Esta es la primera integral que afronta el Quartet Gerhard -“si, porque Robert Gerhard solo tiene dos cuartetos”- y experimenta el tener un volumen de trabajo y de música amplio. “El trabajo que hacemos con uno de esos cuartetos suma para lo siguientes. Nunca habíamos afrontado algo tan grande. Nos sentimos mucho más maduros ahora que el año pasado en Shostakóvich, es un trabajo muy amplio que da muchos frutos”.
“Para entenderlo e interpretarlo tienes que meterte en su mundo. Una vez estás dentro, tiene todo el sentido. Es algo mágico”, añade Jordà. “Cada vez estamos más enamorados de Shostakóvich”, añaden antes de emprender la siempre dura tarea de encontrar un lugar abierto donde les den de comer un buen chuletón, a poder ser. La inversión de energía y pasión necesita su recompensa.
Maricel Chavarria. Barcelona